Wednesday, February 15, 2012

Los cerros de Santa Julia


Una de las cosas buenas de tener un pololo proactivo es que siempre anda pensando en cosas entretenidas para hacer y si no se le ocurre, no duda en preguntar a los lugareños cual es la movida.
Por ejemplo, a mi no se me hubiese ocurrido nunca preguntarle al jardinero del edificio que lugares buenos hay en los alrededores de Reñaca para fotografiar...de hecho, nunca lo había hecho. Resultado: inactividad pura.
Fue así entonces que llegamos al fundo Santa Julia, o a lo que asumo era el fundo Santa Julia ya que no había indicaciones por ninguna parte. Simplemente un portón cerrado pero con una entrada claramente destinada al peatón aventurero.
¿Qué resultó ser el fundo Santa Julia? Bosques y cerros perdidos entre una ciudad en constante vía de desarrollo.
No os diré que me emocione. O quizás sí, pero no por las razones que se esperarían.

Al entrar al fundo, uno se encuentra con un camino de tierra bastante amplio y aplanado que se divide en dos luego de unos minutos . Por un lado, una rudimentaria cancha de futbol y del otro...no sé porque no tomamos ese camino.
Se nota que el lugar ha sido usado para carretes, la basura abunda y uno que otro banderín de VTR da cuenta de un descuidado auspiciador. Lamentable imagen que nos saltamos rápidamente al escalar unas piedras y meternos en el bosque de eucalipto.
Necesito decirlo, amo el olor al eucalipto, es algo que me fascina. De chica siempre pensé que sólo se podían encontrar en Australia con los koalas. ¿Ahora, si tenemos eucaliptos, porque no tendremos koalas? ¿Estarán patentados?
Anyway, el maravilloso olor compenso por los colores o falta de colores del lugar; algo que fue la tónica de toda la subida. 
Unos días atrás las noticias informaban que Chile estaba pasando por un mal momento de sequía y que sólo se iba a poner peor. No hay nada peor que la falta de agua, es desolador.
Cerros áridos, árboles muertos y diversas plantas en la misma condición. A cada rato se escuchaban las sirenas de bomberos en la lejanía, entendible al contemplar un paisaje que no necesitaba nada más que una pequeña llama para estallar.
Sin embargo, había algo de cautivante en esta naturaleza muerte. Por algo tantos pintores se habían empeñado en retratarla durante siglos. La fragilidad con lo que lo vivo decae y desaparece choca, y obliga a cuestionarse el porque nada se ha hecho. Muchas veces he pensado que Chile no aprecia su flora y fauna, basta ver lo que paso en Torres del Paine y en el Parque la Campana. Falta de agua, de guardias, de todo para preservar estos pulmones que están agonizando.
A medida que subíamos, algo de verde iba apareciendo y desde arriba, los valles se abrían frente a nosotros. Seco y todo, la vista era recogedora y el silencio bienvenido.
A tan pocos kilómetros de una costa saturada por millones de turistas, nos encontrábamos absolutamente solos.
Sentí y siento aun una nostalgia por esos momentos en que uno se aleja de lo urbano. Quizás suene cursi eso de “reencontrarse con la naturaleza”, pero sin embargo, eso es exactamente. Por muy domesticados que seamos, estoy segura que en nuestra sangre sigue corriendo ese deseo de buscar esos espacios donde uno sienta alguna conexión con la tierra.
Y al menos en este caso, no tuvo que irme a miles de kilómetros para encontrarla.